El nuevo año/milenio nos llega en este su primer trimestre con nueva información en la que podemos descargar nuestras inquietudes terapéuticas y reflexionar desde el punto de vista teórico práctico sobre las conductas adictivas y su implicación en la calidad de vida de nuestros pacientes. 

Como siempre, toda la información que plasmamos en RET pretende servir en nuestras diferentes intervenciones para favorecer el cambio, desde la interacción paciente terapeuta, en sus múltiples facetas, y con un sentido explícito de intervención psicobiosocial, como mejor opción para un cambio real y verdadero del paciente y como consecuencia en la mejora de la calidad de vida no sólo de él sino de sus familias y de la colectividad que le rodea. 

Una vez más publicamos una diversidad de artículos que complementan la panorámica de nuestra publicación que cumple su número 22, en su sexto año. El trastorno pasivo agresivo es uno de los trastornos de personalidad que habitualmente vemos unido a las toxicomanías. 

La utilización de los tóxicos como mecanismo de anestesiar las emociones derivadas de la interacción social del pasivo agresivo, es uno de los parches habituales utilizados por el adicto. 

El déficit de asertividad como se conceptualiza, por ejemplo desde la perspectiva cognitivo conductual, es paliado con el consumo mediante el uso de la heroína o el alcohol por ejemplo, o desde la visión de Millón, como forma de depresión, el uso de estimulantes puede ser un antídoto químico contra el malestar emocional. 

En definitiva hablamos de personas que sienten miedo, rabia, dolor, depresión, emociones intensamente negativas que interfieren en sus relaciones interpersonales, y que si no aprenden mecanismos alternativos para resolverlas, serán motores de riesgo de consumo y de recaída posterior. 

La nomenclatura, la inserción o no en el DSM-IV, su inclusión como síndrome independiente, etc. 

Nos permite una vez, analizar en su amplitud las características de dicho paciente, y nos estimula a utilizar todo este rigor teórico en la visión e individualización del ser humano que tenemos delante, que mas allá de un consumo de tóxicos, con las consecuencias físicas, psíquicas, sociales y familiares que posee, tiene que ser ayudado desde una intervención en la que una vez más tengamos en cuenta que la toxicomanía es solo la punta del iceberg, y que debajo nos encontramos con un diagnóstico dual en muchos casos, y en el que los trastornos de personalidad abundan. 

Esa visión completa, nos permitirá intervenciones finas y ajustadas para desmontar emociones, cogniciones y conductas asociadas de carácter autoderrotista.