Depresión y HIV: Una Perspectiva de Intervención sobre una Compleja Relación
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Depresión y HIV: Una Perspectiva de Intervención sobre una Compleja Relación
Una depresión clínica puede agotar los recursos fisiológicos y psicológicos de las personas con la enfermedad del VIH, que sufren ya el reto de una enfermedad que amenaza su vida y la carga de su tratamiento.
La depresión puede ocurrir como una enfermedad crónica comórbida que precede a la infección por VIH, o como síntomas depresivos que pueden aparecer en cualquier momento del curso de la enfermedad.
Con frecuencia los profesionales de la salud asumen que la depresión es una reacción normal a la infección, al progreso de la enfermedad o al estigma asociado a la misma.
En consecuencia, la gravedad de la depresión puede pasar por alto ante las múltiples demandas de una enfermedad como la infección por VIH.
Aún sin reconocerse ni tratarse, la depresión causa importante sufrimiento y deterioro funcional, y afecta negativamente a la calidad de vida.
Capaldini escribe, “Incluso cuando la depresión es una secuela de una enfermedad multisistémica, que amenaza la vida, como el SIDA o el cáncer, puede ser efectivamente diagnosticada y tratada”.
Tasas más elevadas de depresión en comunidades de riesgo de VIH, como los homosexuales o los consumidores de drogas intravenosas, pueden resultar en conductas sexuales no seguras, en comportamiento no seguro en el uso de las jeringuillas lo cual aumenta el riesgo de la transmisión de VIH.
Estudios recientes han descrito el papel que juega la depresión en la progresión de la enfermedad por VIH.
Las tasas de prevalencia de depresión en personas con infección por VIH se han estimado entre 5% y 10% versus 2.3% en los varones y 4.5% en las mujeres, en los países industrializados de occidente.
En los pacientes hospitalizados con la enfermedad del VIH, la tasa de prevalencia de depresión puede aumentar hasta el 40%.
Entre los varones homosexuales seropositivos al VIH, la tasa de depresión probablemente se sitúa entre 10% y 25%, según los resultados obtenidos de estudios longitudinales.
Entre las personas que han recibido el diagnóstico, es común que aparezca fatiga, trastornos del sueño, cambios en el apetito y estado de ánimo deprimido.
La presencia de estos síntomas hace que sea más difícil diagnosticar la depresión.
Entre los sujetos infectados por VIH se han descrito tasas elevadas de depresión clínica.
Belkin y col. hallaron que los sujetos con VIH y depresión tenían mayor riesgo de ideas suicidas y de intentos de suicidio.
Los trabajos de Ostrow y col. han indicado que los síntomas físicos relacionados con el VIH son importantes predictores de la depresión, incluso más que la fase de la enfermedad por VIH.
Ante estos datos, es crítico disponer de una herramienta adecuada para la evaluación de la depresión en aquellas personas diagnosticadas con VIH.
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