Hace veinte años, cuando una persona se quejaba de depresión o infelicidad, los terapeutas y amigos le aconsejaban lo siguiente: “No te recrees en tu mala suerte. Intenta interesarte en otros temas y actividades. Deja de mirarte el ombligo. Desarrolla relaciones interpersonales gratificantes. Deja de pensar en ti. Si centras tu atención en otra cosa, tus problemas emocionales desaparecerán”.

Sin embargo, hoy en día, el individuo con los mismos síntomas, escucharía sugerencias y pautas radicalmente distintas (y contradictorias), como éstas: “Deja de preocuparte por los demás. Intenta crear tu propio sentido de auto-valía. ¡Ten confianza en tí mismo! Trabaja para aumentar el respeto por ti mismo y afianzar la imagen que tienes de ti. Seguramente tus sentimientos de infelicidad y depresión desaparecerán si te quieres más”.

Algo ha cambiado en la forma popular de aconsejar al desamparado. 

En vez de defender que la salud mental ha de buscarse en una valoración más objetiva del mundo externo, lo que ahora parece preocuparnos es el esfuerzo interno en intentar aumentar nuestra autovaloración o “autovalía”. 

Olvidar el esfuerzo anterior por percibir el universo objetivamente; hoy en día simplemente queremos sentirnos bien con nosotros mismos. 

Se está convirtiendo en irrelevante que el razonamiento crítico del individuo sea fiel o no a la realidad externa. 

Parece que todo esto es importante, para la propia imagen interna de la persona.

Debido a este cambio en el pensar popular vemos en las librerías textos de autoayuda radicalmente diferentes a áquellos publicados en decadas anteriores. 

Cada volumen nuevo proclama una “técnica innovadora” o “método revolucionario” para aclarar nuestras dudas sobre nuestro “verdadero” valor. 

Best sellers como “Yo estoy bien. Tú estás bien”, parecen perseguir al individuo indeciso, y demostrarle que aunque puede no ser perfecto, al menos está bien y que por ello puede sentir un poco de respeto por sí mismo y felicidad. 

A pesar de la gran distribución de estos textos y esfuerzos para construir entre nosostros y nuestros hijos un sentido de autovalía, parece ser que hoy en día la persona se halla igual de confundida que antes (incluso hasta más) sobre su denominada “autovalía”.

Nuestros nobles sermones dignificando la autoestima han producido escasos o ningún resultado tangible. 

En términos prácticos, la persona corriente no sabe qué pensar de “sí misma” o de cómo se supone que ha de establecer dicha “autoimagen positiva”. 

El concepto de "valía personal” en su totalidad se ha vuelto irremediablemente mal definido y filosóficamente vacío.

Opino que a la promoción de la “autoestima” le ha hecho más daño que bien, y que la persona prudente resistirá la petulante e infantil tentación de “autoestimarse a sí mismo”. 

Dicho de otra forma, deberíamos aprender en este artículo el por qué el individuo disfrutará de una estabilidad emocional y satisfacción más elevada, sufriendo menor ansiedad e inhibición al abandonar su impulso por la autoestima.

Desafortunadamente, en muchos entornos psicológicos ahora la discusión se ha centrado en que es mejor enseñar autoestima que autovaloración como algo emocionalmente sano.